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diumenge, 23 d’octubre del 2022

Homenaje a Isabel II del Reino Unido. Antonio Roig Roselló

 

Nacimiento 21 de abril 1926

Ascenso al trono 1952

Fallecimiento 8 de septiembre 2022

 

                                                            Friends will be friends

                                                                               Right till the end.  (Queen).

 Ahora que soy un anciano, que mi futuro se comprime y mi cuerpo se deshace enfermo de aluminosis, encuentro en mi boca las palabras de Qohélet:

                                    Todo tiene su momento

                                    y cada cosa su tiempo bajo el cielo (Qo 3,1)

Mi momento está ligado a Inglaterra. Nada renuente a reconocerlo.

La muerte de Isabel II la he llorado como si fuera mi reina y reconozco con agrado que los avatares londinenses que viví (1972-1975) los viví bajo su sombra estabilizadora.

Luego (30 de marzo de 1978- 2 de octubre de 1978) disfruté en Londres de los 5 meses más felices de mi vida (un mes milagroso en Barcelona, antes).

En diciembre 1979 y enero de 1980 regresé a Inglaterra para decir adiós a lo que quedaba de mi felicidad pasada.

 

                                                           Nick

 Nick, y es hora de decirlo aquí, había muerto.

Un día, muy al principio de nuestro encuentro, había reparado que una de las cartas que recibió en Navidad iba dirigida a “The Reverend Burne”.

-¿Reverendo?

Reverendo es el título que los Vicarios de la Iglesia de Inglaterra ostentan.

(Vicario es como llaman allí a los Sacerdotes de aquí).

-Mi hermano es el Vicario -declaró.

Y el tema quedó aparcado.

En efecto, su hermano era Vicario y también él, Nick. Y ambos hijos de un Misionero en China.

El hermano de Nick era un prominente Canónigo de la Catedral de Salisbury. Un día en que el Canónigo ejercía el Ministerio en la Catedral su esposa Jean me invitó a que me acercara a comulgar. Yo rehusé, estableciendo diferencias entre la Confesión Anglicana y la Católica. Lo he lamentado muchas veces.

Muerto Nick, el Canónigo de Salisbury (Wilff se llamaba) y Jean me hospedaron con gran cortesía en su casa ahora que yo me estaba despidiendo de esta parte de mi vida.

Me complace verificar la presencia de Nick en el trabajo posterior que he desarrollado. En CILCE (Centro Internacional de Lengua y Cultura Española) de 1979 hasta que me jubilé y también en mis libros.

"Estaría orgulloso”, me digo.

Leíamos a Shakespeare juntos. Y ahora veo que el bardo inglés me ha ayudado a contextualizar las confesiones más difíciles de justificar.

 

Cruel to be kind (Hamlet, Acto III, escena 4)

 

Figura a la entrada de Variaciones sobre un tema de Orestes y que yo traduje:

Porque soy piadoso, debo ser cruel


Era la frase que debía explicar (¿justificar?) tanto dolor.

Otro libro cuya lectura nos unió (hablo de Nick porque a su hermano, el Canónigo, el libro no le gustaba nada) es Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo.
Se establecía una sintonía perfecta y se renovaba cada vez que leíamos un pasaje disparatado. NONSENSE, solía rubricar. Todavía escucho su risa.

En las traducciones Alicia pierde tanto que estoy convencido que sólo se disfruta plenamente si el lector es capaz de leerlo en la lengua en que fue escrito.
Por eso, cuando redacté Todos los parques no son un paraíso no podía faltar un homenaje a Lewis Carroll (y a Nick) y está ahí, en el diálogo introductorio entre el profesor pijo y la niña confusa y alucinada:

-El rey duerme ahora y… ¿sabes lo que sueña?

-No creo que nadie pueda saberlo.

-Está soñando contigo. Pero aún hay más… Si dejara de soñar contigo no estarías en ninguna parte… por la sola razón de que sólo existes en su sueño.

-¡Soy real! Protestó Alicia y se echó a llorar.

Ser real. He aquí el problema.

Todos los jueves, después de la comida, los dedicábamos a preparar las clases de inglés que cursaba en el Ealing Technical College. Invariablemente recalábamos en la redacción para las clases. Como éramos esforzados, el empeño era total y la dedicación completa el resultado era muy satisfactorio. El mérito era todo de Nick, De mí, acaso, cabría señalar algún chispazo. Como el profesor solía seleccionar mi trabajo como lectura en clase algunos alumnos comenzaron a labrarme la reputación de escritor.


George Orwell (1903-1950)


En las clases de Ealing empecé a leer a George Orwell, en concreto algunos extractos de sus dos libros Sin blanca en Londres y París (libro en que Eric Blair, el autor, comenzó a firmar con el seudónimo de George Orwell para que la indigencia en que vivió no ofendiese a sus padres) y El Camino de Wigan Pier (reportaje sobre las duras condiciones de los mineros del Norte de Inglaterra). Desde entonces Orwell es uno de mis autores de referencia. Quedó patente cuando en abril de 2018 quise rendirle homenaje en Nihil Obstat y glosé en un artículo su famosa distopía. Orwell:1984.

De vez en cuando vuelvo a alguno de sus libros. Ahora mismo releo ¡Ay, que alegrías aquellas! Un librito que habré releído media docena de veces. Obra menor por el número de páginas. Mayor por los temas que aborda:

1.- Pone en solfa el sistema educativo inglés. En especial, de los internados.

2.- Sitúa la infancia y la adolescencia incrustados en el mundo de pesadilla de su distopía 1984.

Los aspectos mencionados hicieron que los editores no encontraran acomodo para su publicación y lo hicieron póstumamente.

Leído con ojos atentos el escenario educativo de Orwell no es demasiado distinto al que viví. Cambiados algunos detalles culturales la historia encaja con todas sus aristas.

Orwell becario (hasta 1917 en St Cyprian. Tenía 14 años. En Eton hasta 1921. Tenía 18 años) suspiró por tener seis peniques para sus gastos semanales (él sólo disponía de dos), de una tarta que pudiera compartir con los otros (era costumbre general invitar ese día) o de un bate de criquet propio (“No puedes permitírtelo, ¿verdad?”, escuchaba).

A mí, en 1951, me llamaron de la oficina del Director para reclamarme los cupones de racionamiento.

-No tenemos tus cupones de racionamiento. Pídelos a tus padres. Mira a ver qué pasa. Tus cupones.

¿Qué podía responder un niño de 12 años a esta pregunta?


En casa había ignorancia y hambre.

Afortunadamente, 1952 estaba a las puertas.

El mundo de Orwell niño y adolescente era nuestro mundo, si escarbas.

Tu quoque, Orwell?

Orwell al desnudo escribe:

Me importa mucho dejar bien claro que yo no era un rebelde, salvo cuando las circunstancias me obligaban. Acepté siempre los códigos que encontré establecidos.
Una vez, muy al final de mi época de colegial, llegué incluso a chivarme a Brown por un presunto caso de homosexualidad. Yo no sabía muy bien qué era la homosexualidad, pero sabía que era algo que se daba, y que era malo, y que era uno de esos contextos en los que es lícito y aconsejable chivarse. Brown me dijo que era un buen compañero, LO CUAL ME PRODUJO UNA VERGÜENZA TERRIBLE.

Las itálicas, negritas y mayúsculas son mías.

Que el lector valore lo siguiente:

1.- Brown era el profesor del internado más respetado por el futuro creador del Gran Hermano.

2.-Muy al final de su época de colegial (a los 14 años, parece) Orwell no sabe muy bien qué es la homosexualidad.

3.- Aun así se chiva.
Me cuesta reconocer en el delator al Orwell que venero: al autor de la distopía que pone ante nuestros ojos la re-escritura de la historia, las denuncias y confesiones forzadas, el clima paralizante del miedo y la sospecha

4.-Los códigos que se encontró Orwell lo imponían así -dice.

Lo dice, pero suena a excusa al Gran Hermano.

Los códigos siempre adormecen la conciencia y tienden a perpetuarse.

Y yo concluyo:

Lo malo del Mal no es el sufrimiento que produce sino los códigos que crea.



Antonio Roig Roselló
Viernes 21 de octubre de 2022

                                                      El Cabanyal, Valencia

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