RESPONSABILIDAD

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dilluns, 9 de novembre del 2015

Las conductas violentas se aprenden, escrito por José Luis Ysern de Arce

(Artículo publicado en el diario La Discusión, Chillán (Chile) sábado 7 de noviembre 2015)

Las Naciones Unidas asignaron un día especial (25 de noviembre) dedicado a concientizar a todos los ciudadanos para la eliminación de la violencia contra la mujer. Tomar conciencia de un problema es el primer paso para superarlo.

Nuestra solidaridad con las muchas mujeres víctimas de cualquier tipo de violencia –se calcula que el 70% de las mujeres vive esta experiencia en algún momento a lo largo de su vida- nos lleva a reflexionar sobre las causas de la violencia. Además, pensar en las causas es ir al problema en su raíz; ayuda a llevar a la práctica la conocida verdad “más vale prevenir que curar”. Efectivamente, la prevención es esencial; es mucho mejor evitar la violencia que curar las heridas causadas por esta. Heridas que muchas veces llevan a la misma muerte de la víctima. Estamos inmersos en una cultura de mucha agresividad, no lo podemos negar, pero tampoco podemos negar que hay muchas buenas personas, inteligentes y hábiles personas, que rechazan esa cultura y están a favor de una sociedad donde las relaciones humanas se basen en el mutuo respeto, diálogo, buena armonía. Todos somos responsables de poner fin a todo tipo de violencia en nuestra sociedad.

¿Por qué la violencia? ¿Cómo es que podemos convertirnos en personas agresivas y violentas? Por aprendizaje. Los niños no nacen violentos; al contrario: los niños sonríen muy pronto a la sonrisa de la madre. El gesto de la sonrisa con que el bebé responde al rostro amoroso y tierno de su madre, es anterior a otros modos de comunicación, y muy anterior al lenguaje verbal. Para cuando el niño diga las primeras palabras, ya tiene a su haber una buena cosecha de sonrisas y balbuceos, repletos de una ternura que nos derrite y conquista. Entonces, ¿dónde y cuándo nos echamos a perder? Cuando en la misma infancia y adolescencia empezamos a ver y oír muy cerca de nosotros gestos, palabras, acciones cargadas de agresividad y violencia. Y algo muy importante: vemos que a esa persona de gesto adusto, de palabras duras y soeces, de conductas violentas, de golpes y portazos, le resultan las cosas. El niño asocia entonces conducta violenta con éxito logrado. Va aprendiendo que a fuerza de golpes, gritos, prepotencia, se obtienen buenos resultados y se cumplen sus caprichos. Las conductas violentas se aprenden; y el aprendizaje más contundente y firme que logra el niño, el que más profundamente queda grabado en su psiquismo íntimo, es el que recibe de los modelos más cercanos: los de la propia casa, en la propia familia.

Un conocido psicólogo social de renombre, Albert Bandura, autor de la teoría del “aprendizaje social”, realizó muchos estudios con niños muy pequeños, y en uno de sus trabajos observó algo muy triste: los niños gozaron de lo lindo golpeando, propinando patadas, insultando y vejando a un determinado muñeco que tenían en su sala de juegos. ¿Cuándo sucedió esto? Después de haber presenciado una película en la que un adulto golpeaba a un muñeco (“muñeco bobo”) semejante al que ellos tenían entre sus juguetes. ¿Cuánta violencia presencian nuestros niños en casa, en la escuela, en la calle, en la televisión, en sus juegos electrónicos? Somos responsables de su conducta para cuando sean adultos; en nuestra mano está educar para el respeto, la tolerancia y el amor. Prevenir, mejor que curar.

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