Pero
es necio negar lo evidente, porque como decía Machado:”La verdad es la verdad,
dígala Agamenón o su porquero”.
Si le damos la
vuelta nos encontramos con “la necedad es la necedad, dígala un vagabundo o el
catedrático eminente”. Y llego a “la estupidez es la estupidez la diga el
sacristán o el cardenal primado.
Con esta entrada
ahí van una serie de estupideces que mantenemos/mantengo en el terreno de la
tolerancia o en el del comentario animoso-gracioso y ante las cuales he tomado
una determinación que quiero expresar:
1. El templo: en un reportaje televisado vi
aparecer a nuestro JuanCarlos y Sofía en Santa María la Mayor de Roma, todos
felices y contentos porque habían colaborado en la nueva iluminación del
templo. Sonrisas y alegrías y ¡templo que te crío! iluminado. Una estupidez
como lugar en que se reúne la comunidad de creyentes. En todo caso me vale como
resto arqueológico de la institución a la que pertenecí ya desde niño y de la
que quiero desapuntarme.
Aplico esa misma
etiqueta a todos y cada uno de los templos (y es obvio que su número es
inmenso) como por ejemplo el que informa El Levante de hoy 22 de enero: En una
catedral abarrotada de fieles, pero convertida también en un contínuo trasiego
de turistas y curiosos – incluso con patinetes y café–, monseñor Cañizares…
Insisto en que no pongo en duda su valor artístico-arqueológico, pero su valor
cultual lo tacho de verdadera estupidez.
En el funeral por
el hermano de Antonio Duato me encontré dentro del templo del Colegio de
Jesuitas de Fdo el Católico y más de lo mismo: estructura cultual contraria a
cualquier muestra de rasgos humanos y éramos gentes los que ocupábamos los
bancos enfrentados a un podio-altar con dos curas vestidos de romano.
2. Las vestiduras romanas: alba, estola,
casulla… ¿Cómo el ritual de la liturgia de la misa ha logrado mantener la
vestimenta romana? La norma-rúbrica deviene estupidez.
3. La jerarquía clerical-eclesial. Desde el
‘laico’ o ‘seglar’ hasta el ‘sumo pontífice’ el rosario de ‘dignidades y
potestades’ no la recuerdo por más que acuda a internet: cardenal, arzobispo,
obispo, abad, canónigo, arcipreste, cura, vicario, rector, provincial, general,
prior, abadesa, priora, ecónoma … ¿no deviene una flagrante estupidez
ante la palabra y actitud de Jesús frente al poder?
4. Ex opere operato. ¿Este juego de
palabras que parece de ‘magia potagia’ no encierra un concepto perverso que
bloquea y elude la más mínima inciativa y responsabilidad humanas? ¡Qué estupidez
tan letal! Y en mis narices la tengo pues sigue vigente su perversión, seguro
que, en la mayoría de los hechos, de buena fe: bautismo, confirmación,
comunión, confesión, matrimonio, orden, unción de los enfermos…
5. Títulos y denominaciones. Jesús, María,
Juan, Pablo, José… Pues no valen los simples nombres que los identifican y la
retahíla es copiosa, ¡voto a bríos!: Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, el
Kyrios-Señor, el Hijo de Dios, el Santísimo, el Cristo Rey, La Virgen
Santísima, la Mare de Déu, El Casto José, … Títulos y más títulos que han vaciado
el territorio para convertirlo en un mapa estúpido.
El mantenimiento de
1, 2, 3, 4, y 5 es cosa mía, lo asumo. El ámbito cultural en que nací está
marcado por esos postes y muchos más. Y en dicho ámbito lleno de estupidez
recibí la noticia de un tal Jesús, hijo de María y José, que vivió y murió años
ha. Y sigue vivo.
Además de la
gratitud por dicha noticia me recome un noséqué enérgico que me pide y empuja a
decir: ¡prou! ¡basta de estupidez! Ni el templo (1) es el lugar donde la
epifanía divina ocurre, ni las vestiduras romanas (2) van más allá de un
disfraz arcaico obsoleto. Ni la jerarquía clerical-eclesial (3) es una
institución divina sino la manifestación más perversa del poder, ni el ‘ex
opere operato’ (4) es un hecho del mundo real sino un invento especulativo y
por tanto una entelequia fútil, inane, huera. Ni los títulos (5) manifiestan
otra cosa que la necesidad de encontrar sustitutos a la propia responsabilidad
del camino propio, lleno de pasos en falso y de fragilidad personal. Con dichos
títulos aminoramos el miedo. Se trata de opiácios.
No es mi propósito
imponer a ninguna persona estos pensamientos-actitudes. Me reafirmo en que la
estupidez (Dicho o hecho propio de un estúpido. Estúpido = necio, falto de
inteligencia. Según reza el Diccionario de la RAE) “es la estupidez la diga el
sacristán o el cardenal primado” como está escrito al inicio de este
comentario.
Por lo tanto no
anatematizo a quien piense y viva de forma distinta, ni tengo a gala un
sentimiento de superioridad o progresía. Me basta con hacerme cargo de mí
mismo, de lo que significa vivir al día sin apoyos (1, 2, 3, 4, y 5),
denunciando la estupidez, la que me encuentro, tanto en mis costumbres
como en las de esta sociedad a la que pertenezco y aprecio.
Las instituciones,
el poder, los catecismos, las ideologías, los dogmas, están en la diana de la estupidez
más intensa pues va y resulta que todas ellas y todos ellos (instituciones,
poderes, catecismos, ideologías, dogmas) se apoyan ineluctables en la gracia
divina del Dios Uno y Trino, Omnipotente, Alfa y Omega.
Voy –mi propósito
de enmienda- a llamar al pan, pan y al vino, vino: a María, María, a Pedro,
Pedro, a Jesús, Jesús… La estupidez deviene insoportable porque es una
cara más de la ausencia de vida, de la vaciedad. Voy –tras este análisis- a
callar y seguir la marcha que elijo en cada momento con mayor o menor
conciencia. Y no creo que hiero a nadie con este final que voy a escribir: ¡me
cago en la estupidez!
Joseluis Porcar
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