Cuando con
algunos grupos de personas, especialmente de jóvenes, he vivido la experiencia
del absoluto silencio durante unos poco minutos, y les he pedido que a la vez
piensen en “la persona que más me ha marcado en mi vida”, los resultados son
formidables. Se produce un silencio sobrecogedor y se ve a simple vista que la
experiencia se la han tomado en serio: el silencio habla por sí mismo. A muchas
personas el silencio les produce cierto temor y por eso viven aturdidas por el
ruido, ruido que impida pensar. ¿Por qué? Porque la reflexión, el pensar
tranquilo, el entrar en uno mismo puede llevarnos a alguna verdad desagradable.
Pero cuando estos jóvenes han vivido la experiencia del silencio pensando en la
persona que más “me ha marcado” en la vida, no hay miedo alguno. Algunos se
emocionan y hasta puede brotar alguna lágrima de alegría y gratitud: aparece la
persona que ellos admiran por su cercanía, bondad, sencillez, grandeza de alma,
valores transmitidos. No faltan frases como “todo lo que tengo de bueno se lo
debo a...” Y surgen ahí personas como madre, abuelo, abuela, padre, hijo,
profesor/a, etc.
¿Qué es lo que
estos jóvenes han vivido en esa sencilla experiencia del silencio? Un momento
de intensa espiritualidad; eso es lo que han vivido. Y han visto que es algo
muy bueno. ¿Qué han visto en esa persona que los marcó tan positivamente?
Cuando la describen, cuando van desgranando una a una sus cualidades, van
dibujando tal cual –aunque no se den cuenta de ello- el perfil de una persona
de profunda espiritualidad. Describen una persona de grandes valores, seria,
cumplidora de sus compromisos, responsable al máximo, coherente y consecuente,
auténtica, veraz, honesta, de profunda vida interior. Eso es lo que corresponde
a la espiritualidad. Por eso decimos que la espiritualidad es patrimonio de la
humanidad; porque no tiene apellido, porque no es propia de las personas
creyentes o religiosas. Hay espiritualidad en todos: en el creyente, en el
agnóstico y en el ateo. La hay en todos con tal que sepamos vivir la
interioridad profunda que brota del silencio, de la centralidad en los grandes
valores del amor y solidaridad. Justamente lo que nos hace falta para no
aturdirnos y poder llevar una vida psicológica cada vez más sana y feliz.
José Luis Ysern
de Arce
Murano – Abril
2015
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