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dimecres, 16 d’octubre del 2013

Lo humano y lo divino de los procesos de canonización

El editorial reproducido a continuación es antiguo, pero los acontecimientos recientes -"mutatis mutandis"-, le confieren actualidad. Un poco de historia y algunos juicios o valoraciones sobre el tema desde dentro mismo de la ICAR. (El subrayado no viene en el original)


Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1997 UCA Editores

Carta a las Iglesias, AÑOXVII, Nº386, 16­30 de septiembre, 1997

Lo humano y lo divino de los procesos de canonización 

Hoy en día volvemos a hablar de santos y santas. Y, al menos aquí en El salvador, no hablamos de ellos sólo como misteriosos seres del pasado, de quienes leíamos sus vidas, con frecuencia un poco rancias, o a quienes rezamos pidiendo milagros. Afortunadamente vamos teniendo otra idea de los santos, y eso es así porque los hemos visto y oído.

A la semana del asesinato de Monseñor Romero, don Pedro Casaldáliga escribió su inmortal poema SAN ROMERO DE AMERICA con toda naturalidad. Y añadía que sería pecado querer canonizarlo, pues el pueblo ya lo ha declarado santo. En estos últimos días muchos hablan también de la santidad de la Madre Teresa. Y si a esto se añade la veneración en muchos lugares de los mártires latinoamericanos, se puede decir que las canonizaciones populares están de moda en el mejor sentido de la palabra.

Pero además, están las canonizaciones oficiales, el proceso de beatificación Monseñor Romero, por ejemplo, y sobre esto queremos hacer algunas reflexiones, pues estos procesos tienen de todo, de lo humano y de lo divino. Comenzamos con lo tienen de "humano", es decir, de cosas de hombres, con mezcla de lo bueno y de lo no tan bueno. Y dejamos para un próximo comentario lo que tienen de "divino", es decir, de "lo mejor de lo humano". 

Veámoslo en tres preguntas. 

¿Quién declara la santidad: el pueblo, Roma? 

Durante todo el primer milenio de la Iglesia el proceso de canonización era fundamentalmente popular. El pueblo veneraba espontáneamente a los mártires, después a monjes y a buenas mujeres, a cristianos y cristianas en quienes veían una vida íntegra y ejemplar. El proceso no estaba reglamentado, y por eso tampoco había listas precisas de santos. Pero lo fundamental es que "los santos eran cosa del pueblo de Dios".

Así, aunque en nuestros días suene sorprendente, el primer santo canonizado por un papa (se trataba de Juan XV) fue san Ulrico, obispo de Ausgburgo, en el año 993. Sólo en 1171 el papa Alejandro II prohibió que los obipos canonizasen a alguien sin la autoridad de la Iglesia romana. Y sólo en 1634 -hace menos de cuatro siglos- un papa, Urbano VIII, reguló el proceso de las canonizaciones.

Ahora, la canonización "oficial" está reservada a Roma, y ya no es cosa del pueblo cristiano, como lo acaba de recordar, indirectamente, el cardenal Ratzinger. Ante las peticiones de canonización de la Madre Teresa piensa el cardenal que, por excepción, se pudiera abreviar el proceso canónico, pero insiste en que no se la puede canonizar "por aclamación", es decir, por lo que sería una espontánea reacción popular.

Como los pobres no tienen mucha parte directa en canonizaciones oficiales, puede ser un problema para ellos ver canonizados a "sus" santos, pero sí siguen teniendo su parte en las canonizaciones populares. En Brasil, con don Pedro Casaldáliga a la cabeza, y entre nosotros, el pueblo celebra romerías de los mártires y sus grandes aniversarios. No se ha perdido, pues, del todo el sabor popular de las canonizaciones, porque no se puede privar al pueblo de agradecer y recordar a quienes los han hecho humanos y cristianos. Y aunque no lo sepan, estos pueblos pobres son los que están devolviendo seriedad humana y gozo evangélico al hecho de tener santos en la Iglesia. 

http://cristianquemba.blogspot.com.es/


¿De qué clase social son los santos canonizados? 

La pregunta puede extrañar, y la respuesta es impactante ahora que vivimos en una época de "opción por los pobres" (Medellín) y en que proclamamos que "los pobres nos evangelizan" (Puebla). Pues bien, un estudio científico, publicado en Nueva York en 1966, analiza 1938 casos de santas y santos canonizados, y llega a la siguiente conclusión: el 78 por ciento de santos y beatos pertenece a la clase alta; el 17 por ciento a la clase media; y el 5 por ciento a la clase baja.

En los últimos treinta años esperamos que haya cambiado el porcentaje, pero el dato impacta poderosamente. Indudablemente, las personas que pertenecen a estratos altos son más conocidas y destacan más, aunque hoy los medios de comunicación pueden dar a conocer personajes (como en el caso reciente de la madre Teresa), y aun a crearlos, aunque sea muy dudoso que les interese promover la santidad real de los televidentes, radioescuchas y lectores.

Pero el problema no es sólo sociológico, sino que es más de fondo. Hasta hace muy poco tiempo -y esperemos que hayan cambiado las cosas- los pobres no han tenido palabra ni dignidad en la Iglesia. No se conocía el "privilegio hermenéutico" del pobre del que hablan hoy los teólogos. En no pocas "vidas ejemplares" que leíamos en la juventud se decía de un santo que "había nacido de una familia pobre, pero honrada", como si la pobreza, por su naturaleza, dificultase la honradez, implicando que el mundo natural de la honradez es el de los pudientes (discurso bastante distinto a lo que dice el evangelio).

Y por eso, tal como han estado las cosas, para poseer las virtudes que suelen requerirse en los procesos de canonización, hay que pertenecer ya a un estrato socioeconómico que las haga posible. Estructuralmente hablando, es imposible para los pobres ser llamativamente generosos, pues no tiene los medios. Ni pueden abajarse humildemente, pues abajo están. Ni pueden poner insignes talentos de ciencia al servicio de otros, pues les han privado de ellos. Ni -en ausencia de otras gratificaciones de las que gozan las clases sociales más elevadas- pueden sobresalir en virtudes como la castidad (sin que eso signifique que aquéllas sobresalgan).

La paradoja es grande. Personas que dejan a jirones, cotidianamente, su vida, sin vacaciones ni viajes, que aguantan enfermedades y desprecios, indefensas ante la crueldad de los cuerpos de seguridad, la corrupción de las financieras, la codicia de empresarios... Personas que viven y se desviven por sus hijos, que mantienen la esperanza contra toda esperanza, y que mantienen la fe en Dios, no suelen ser tenidos por muy santos, porque les falta las virtudes "elegantes" -perdónesenos la ironía- o porque su esperanza y su fe son interpretadas más como fruto de la necesidad que de la libertad consciente. Jugando con aquello de las virtudes heroicas, no sabemos hasta qué grado su vida es virtuosa, pero de lo que no cabe duda es de que es heroica. Ojalá pronto cambien los porcentajes de la santidad, pues, cuantitativamente, es difícil de creer que en un mundo con un 70 por ciento de pobres, sólo un 5 por ciento de los canonizados sean pobres -y a la inversa. Y eso sin mencionar el elemento cualitativo: el evangelio.

¿Cuánto cuesta una canonización? 

Una última reflexión sobre lo "humano" de estos procesos. Tal como están las cosas, un proceso es caro, cuesta mucho dinero, lo cual explica también algo de lo anterior: el mundo de los pobres -que puede generar mucha vida cristiana- no genera fondos. Los procesos duran años y hay muchos funcionarios que dedican su tiempo a ello. A veces -así somos los humanos- se agilizan las cosas con regalos a cardenales. La ceremonia misma, los viajes a la distante Roma, las celebraciones y agasajos, mueven una gran cantidad de dinero. De ahí que, normalmente, los futuros santos y santas -además de sus virtudes- en vida tuvieron que estar de alguna manera relacionados con quienes pudieran respaldarlos económicamente. Veamos esto de los costos en dos breves historias.

La primera. Una congregación religiosa femenina, allá por las décadas de los setenta y los ochenta, tuvo que vender en España dos fincas para pagar los gastos de canonización de su fundadora.
La segunda. Los cartujos no hacen absolutamente nada para que canonicen a ninguno de sus miembros. La razón que dan es ésta: "para tener un santo cartujo, un cartujo tendría que dejar de ser santo".

* * *


Esto es "lo humano" de las canonizaciones. De ello seguiremos hablando en el próximo número, y sobre todo del punto fundamental: qué santidad, qué vida cristiana, que visión de Dios, de Jesús, propone la Iglesia al canonizar a tal o cual varón o mujer. También en esto hay mucho de "humano", pues al canonizar a un santo se puede estar canonizando, consciente o inconscientemente, una determinada visión de Iglesia y, a veces, unos determinados intereses eclesiales.

Pero terminemos con una palabra sobre "lo divino de las canonizaciones". Dios ve en lo escondido, nosotros no. Pero tampoco nos equivocamos cuando vemos a hombres y mujeres que se parecen a Jesús y a María. Hombres y mujeres que pueden sacar lo mejor de nosotros mismos, que pueden abrirnos a Dios y a los pobres, que pueden mantener nuestra esperanza y nuestro gozo. Con ellos y con ellas llegamos a sentirnos orgullosos de nuestra humanidad, cuando tantas veces nos debiéramos sentir avergonzados de pertenecer a ella. Y entonces, espontáneamente, con toda naturalidad se nos escapa la palabra sagrada: San Romero de América.

Los procesos y las canonizaciones, con el lastre, mayor o menor, de todo lo humano vienen después. Las congregaciones religiosas han solido contar el número de sus santos y santas, beatos y beatas, y -antes- solían hacer comparaciones.

Los santos no hacen eso. Muy probablemente llamarán santa a la viuda del evangelio, que dio lo poco que tenía, a los huérfanos y viudas de nuestro actual mundo, y a todos los que, amando la vida, desviviéndose por darla a otros, tienen virtudes heroicas, siguen a Jesús camino de Jerusalén y aman a Dios. Ojalá la actual coyuntura en que se ha puesto de moda hablar de la santidad nos ayude a reflexionar sobre ella -y a practicarla.


1 comentari:

  1. Enhorabuena por traído a NIHIL OBSTAT este magnífico artículo.
    Invito a leer POBRE SANTA POBRE ASESINO de Guerri, sobre la santa M.
    Goretti. Ilustrativo al respec.

    Ovidio Fuentes

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