He aquí una muestra espléndida y sin romper la sencillez y el ritmo de unas personas, campesinos de los Alpes austríacos que viven en una aldea-naturaleza-granjas-montañas-trigales-heno-arroyos-río-molino-fuentes-roquedales-pinos-abetos-manzanos-ovejas-vacas-iglesiaconsutorre-su cura-su barroco-su procesión del corpus-las nubes-las nieblas-la oscuridad-la tormenta-la lluvia-la nieve….
Muestra, manifestación, imágenes trenzadas de la presencia vital intensa de la energía, de la Naturaleza, del Cosmos… Y desde esa imagen-raíz, que no es una ilustración, que deviene vida, surge la figura dramática en la conciencia, en una conciencia encarnada en guadaña de siega, en siembra de patatas, … y en una pareja, mujer y hombre, que en amores alumbra tres hijas y acoge a la madre de Franz el protagonista.
El itinerario de maduración de Franz en su doble negativa en asumir la movida del nazismo y en incorporarse al ejercito del III Reich cuando es requerido oficialmente… es otro territorio con picos y valles, con nieves y cosechas, con discursos y mentiras, con reclamos doctrinales religiosos de torcer conflictos desde el pragmatismo del “como si”, con el silencio de una brizna-umbela que se balancea acariciando la brisa de la ladera.
Cuántas veces me llueve en la memoria cercana la presencia de Baruch (Benedictus-Bento, en latín y en porgugués respectivamente) Spinoza a partir de una biografía novelada[1] que acabo de leer recientemente. Spinoza asume su propia conciencia como referente auténtico frente a la Sinagoga judía con sus Rabinos, frente a la comunidad y su propia familia. Esa libertad asumida lo conduce a la exclusión absoluta –un ‘hérem’-[2] de la Comunidad judía y ha de buscar un lugar apartado en que continuar su camino de pensamiento libre que encuentra en la Naturaleza la verdadera existencia divina: Deus sive Natura.
En la película de Terrence Malick, Franz, su humanidad, su familia, su conciencia es la naturaleza. Una fusión evidente (imágenes en cascada) a lo largo del relato. La hierba, las hojas, la lana, el agua, las cercas, las cumbres… un verdadero diluvio de imágenes se injertan en la humanidad de Franz y Fani Jägerstätter que totalizan el Árbol de la Vida (título de otra de las películas de Malick).
La vida rechaza-niega toda ideología, toda identidad telúrica de unas propuestas que enmarcan y enjaulan el colapso de cualquier proceso vital reduciéndolo a un conglomerado de ‘ideales’, de ‘compartimentos amurallados’, de ‘fronteras excluyentes’, de ‘poderes inquisitoriales’, un conglomerado de destrucción y muerte sistémica. Esta actuación se realiza mediante la imposición por la fuerza de las armas cuya contundencia mortífera sostiene la seguridad-debilidad del discurso ideológico.
Es impactante el recorrido del trayecto de Franz en que a su alrededor todas las personas de su entorno renuncian a su raíz y se empapan de la seguridad del nazismo y la consiguiente exclusión-exterminio de los ‘enemigos’. Su gente cercana, vecino, alcalde, cuñada, el cura, el obispo… lo excluyen de la comunidad, de la comunión del grupo. Su madre, sus tres hijas y sobre todo, en primer plano, su pareja asoman y asumen la decisión de apoyarlo, con consentir en su decisión con el temblor y el coraje que brota de la fe y del amor. Hay secuencias de una intensa emoción ante el vértigo de su decisión libre y su consecuencia trágica.
Quien permanece fiel y abierta a esa libertad creativa, de una manera rotunda, es –lo diré todas las veces que pueda- la brizna de la hierba, el paso del pollino, el salto de las gallinas, el balanceo del heno, el mar de trigales, el impacto de las cumbres, el bosque que abriga la tierra, el agua que se derrama en cascada y recorre veloz su búsqueda del río… La naturaleza y Franz, con los suyos, se unen, se confunden en un abrazo de libertad.
Vaya que sí, que la película me gustó, que no me enteré de sus 180 minutos, que me quedé hasta que los títulos de crédito se oscurecieron… Una pareja de chavales, al salir conmigo de la sala de proyección compartimos ese sabor.
Y gratitud a Josémaría, quien la recomendó. Seguro que su comentario como obra de arte fílmica me espera en alguna esquina de un martes cualquiera.
Joséluis Porcar.
[1]
Irvin D. Yalom: El problema de Spinoza. Ediciones
Destino. Colección Áncora y Delfín. Barcelona 2013.
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