En memoria de Ramón Gascó
...: ahí va el compendio de mi intervención del otro día. Con permiso de que el que quiera se lo saque en papel. He procurado más por el estilo conversacional que por el orden y exposición académicos. Un abrazo y hasta la otra. Agustín Andreu (21/12/2019)
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...: ahí va el compendio de mi intervención del otro día. Con permiso de que el que quiera se lo saque en papel. He procurado más por el estilo conversacional que por el orden y exposición académicos. Un abrazo y hasta la otra. Agustín Andreu (21/12/2019)
Introducción
La muerte de Ramón Gascó me sorprendió metido en un libro muy superior a mis fuerzas y edad, cuya temática surgió como consecuencia de la aparente descristianización que está en curso en la civilización europea y la interrogación consiguiente de lo que será la fe para los jóvenes del 2050 con padres y abuelos ni casados ya eclesiásticamente ni bautizados tampoco y francamente apartados de las iglesias herederas del ceremonial y el consiguiente derecho que dos mil años de historia nos echado encima. Se me ocurrió la idea de ponerle unas cartas a mi sobrina- nieta María—cuya entrada en la conciencia de la vida he ido observando con nitidez--, con la recomendación expresa a ella misma y a su generación de que, cuando sean adultas allá a mediados de siglo, el 2050, se lo piensen mucho antes de desoír y abandonar por descuido la tesis fundamental de la historia filosófica y teológica de la fe cristiana. Trabajo que tenía yo en adelantada cocción de lecturas y sobre todo de meditación sobre la vida, cuando la figura del compañero del alma Ramón se me plantó delante. La forma con que él y sus amigos fueron cristianos y dieron razón de su fe me pareció por sugerencia y análisis la mejor respuesta a mi inquietud.
Los trabajos en que ando envuelto en los dos últimos años se iban a
titular Cartas a mi sobrina María porque, en una como visión ensoñada que me
sucedía y no me abandonaba, imaginé a mi mentada sobrinita de tres años (hija
de padres no casados eclesiásticamente y tampoco bautizada con agua en una
sociedad penetrada de cegueras ganadas sin duda a pulso) imaginéla, digo y
repito, en grave riesgo de perder la
conexión con la gran tradición civilizacional de Occidente que nos caracteriza, según la que
el Principio y Origen absoluto mismo del Universo y la historia se hizo hombre
como uno de nosotros en un acto de afirmación de la posibilidad de vivir con
sentido último a pesar de las dificultades que entenebrecen y confunden la vida
de las sociedades del viviente sentiente y pensante que es el hombre con su
vida e historia arriesgadas hasta “la sinrazón histórica” (Ortega) que hay que
experimentar y sufrir, y no raras veces,
en la vida. De esta preocupación me dejaré llevar, y más ante un auditorio
amigo contemporáneo con quien quiero salvarme de las asfixias de nuestro tiempo
tan recias como cabe prever y temer.
El esquema de mi respuesta será que el Universo lleva una dirección hacia la vida, en lo que insistiré insólitamente porque predomina hoy mansamente como si no lo pretendiera un empirismo que por ser mero no es científico (1); que esa dirección culmina en que la vida que estaba en el logos trascendental, divino y eterno, se humanó se en-carnó en ese Jesús nazareno que llamaron no sin intención el galileo (2), cuya actitud fundamental en y desde esta tierra que somos consistió en atenerse principalmente a su Padre revelando nuestra fundamental fraternidad como reafirmación del mundo de esta vida, reafirmación que haría falta dada la perdición de los caminos del hombre y su torpeza fabulosa. Y aquí se me presentó como dije la persona de Ramón como el recitador profundo del Padre nuestro (3). No me pude resistir a la idea comprometedora de poner en cuatro páginas el trabajo que llevaba entre manos, ya ahora para mis antiguos discípulos en antropología y cristología, y ahora como entonces cuando les hablaba repitiendo en sucesivas lecciones un hilo esencial del pensar repitiendo y avanzando Y ello dio de sí lo siguiente.
El universo o infinitud de sistemas astronómicos desemboca en una variedad incontable de formas de vida, desde las microscópicas inalcanzables al ojo contingente o limitado hasta las formas racionales de vida humana, o más que humana (porque no sabemos si esa tendencia de la llamada materia se personaliza en otro u otros mundos posibles). Y esa tendencia íntima de la que llaman materia siempre orgánica culmina o se realiza en su plenitud de destino en libertad y conciencia en lo que la religión del cristianismo llama encarnación o presenciación del Verbo divino en quien eternamente es y en quien históricamente está la vida. Esta presenciación es la del llamado galileo Jesús de Nazaret de Galilea cuya misión fue y es históricamente la orientación o reorientación del Universo hacia el que llama y dice él mismo “Padre nuestro” que “está en los cielos” cuyo paso por la historia habrá tenido que dejar una visibilidad histórica de la voluntad de ese Padre por lo que hace a la relación entre religiones y civilizaciones. «Una última advertencia; yo no esperaba tanto de una convocatoria amistosa en deuda a un buen amigo ejemplar. << Así que hablaré en modo y tono conversacional; no puedo menos ni más, según se mire. Ahíto de bibliografía se la mostraré a quien sin ella no pueda ni respirar como a veces pasa entre los modernos. >>
Dentro de este esquema cosmológico-antropológico-soteriológico de la vida (o de la vida en conciencia y libertad, o personal) intentaré colocar o situar a este siglo o tiempo nuestro, tecnológicamente desenfrenado en sus inventos y aplicaciones en todas las esferas y aspectos de la vida y que amenaza con borrar las huellas de inteligencia de la vida que hay en las cosas mismas. Este vendaval histórico del 68 que ha sacudido a nuestra civilización directamente y, en ella, a sus religiones e iglesias y, en éstas, a las generaciones de clérigos o jóvenes ingenuos educados y formados para ayudar a salvar (nada menos) al mundo nuestro de cada día en este universo de los mundos innumerables e inalcanzables… Algo nos ha tocado a las generaciones intermedias del pasado siglo…, a este puñado (grapat) de hombres, ya madurados pero no consumados, aquí presentes que en su juventud difícil tuvieron que alimentarse también de cuanto un servidor podía servirles del pan nuestro de cada día, y de los que amigo y director fue nuestro Ramón Gascó. Lo que hicimos y destilamos en medio del fragor del siglo situó a nuestra vida de diversos modos en la historia alcanzando un poco de luz por lo que hace al lugar en que situamos nuestros pasos decisivos siempre relativamente. Veréis que aprovecho la ocasión para rehacer o inaugurar nuevas perspectivas (nuevas relativamente pero nuevas) para hablar de lo eterno que, si algo, es lo que se nos impone y alcanza en los aconteceres de la historia que hubimos de afrontar con tanta turbación como lealtad. Perturbación histórica de las esencias que es privilegio de la honradez intelectual y moral.
Porque del disimulado diluvio de tecnología que nos arrastra no cabe esperar que nos transforme en mejor calidad como conciencia y libertad. Su múltiple y omnímoda aplicación en todas las esferas de la vida ya sabemos que no mejorará espiritualmente al hombre; no se puede menos de pasar por ahí, tal vez, pero no cabe esperar mejora espiritual de las consecuencias mecánico-tecnológicas meras que afectan sin duda a quienes se piensan religiosamente quedar y estar a salvo de las mismas. Y si no transforman al hombre como conciencia y libertad, ¿no lo deformarán acaso? (Cfr. Novísimas sideraciones, p.96-98).
I
El universo de Dios y su querencia recíproca
entre el Principio y lo Principiado.
Todo, en el universo de los incontables mundos astronómicos, apunta y se dirige hacia la vida. El universo infinito (in-finito o ilimitado, pues no intuimos la infinitud pero experimentamos la ilimitación incluso creciente), en su latido de cada momento sucesivo se encamina, con aparentes detenciones y saltos o adelantos asombrosos, hacia la vida en formas innúmeras y maravillosamente nuevas: desde la infinitesimalidad inalcanzable del microbio, por mayores que vayan siendo los microscopios de que nos proveemos, hasta las formas vegetales y animales, incluidas las formas de conciencia y libertad de la especie y los individuos humanos, o de otros de tipo superior si los hubiere en este universo infinito y eterno.
El universo es la realidad inacabable (aunque en su número esté realizada la infinitud actual según Leibniz) de la infinitud de sujetos vivientes en infinitud de grados. Vivientes porque según la nueva Dinámica la realidad de toda mónada o elemento final de la realidad del universo es psíquica o fuerza consistente en movimiento orgánico o sea desde sí mismo y para sí mismo. Tiene ser de sujeto pues es realidad en sí desde su aparición en la existencia con cambio de sitio y estado y ostentación o ejercitación de calidades diversas desde una subjetividad que comienza, perdura y acaba en este lugar del universo pero que, dada su existencia siempre individualmente singular, pertenece al universo y habrá de proseguir perdurando en alguno de los miles o millonarios sitios en que los sujetos sigan agitando su sub-jetividad.
El universo es eterno como Dios, o sea la multiplicidad innúmera de los seres en unidad que son sujetos y que llamamos universo está ahí de suyo pero no absolutamente, es decir, con una existencia absolutamente propia y dominada por sí misma y desde su posibilidad misma. Con las palabras vigentes en nuestra civilización diremos que el universo es creado, que está ahí desde siempre. La alteridad entre lo que o a quien llamamos Dios y el universo es experiencialmente clara, suficientemente clara para ir viviendo, pero la modalidad de los sujetos que están constituyendo el universo y su origen no lo es o no puede serlo desde el puno de vista de su origen. No puede serlo porque a los sujetos aquí sucesivamente aparecidos a partir de la nube cósmica que hace cincuenta mil millones de años fue tomando formas orgánicas pensables e inteligibles por nosotros, no llegamos a comprenderlos con eso que llamamos creación ex nihilo sui et subjecti. Cuando Espinosa (Spinoza) estaba ya en cama y cercana su muerte recibió la visita del joven Leibniz a quien persona de confianza había transmitido la intención espinosiana de escribir sobre el modo como los seres salen del Ser, o sea de la unidad entre el Uno y la multiplicidad de sujetos. Esa salida la pensamos con diversidad de metáforas pero ninguna nos da el resultado de una unidad del Ser en unidad de seres o entes derivados o lanzados libremente desde el Ser a la existencia. La aseidad es plenitud y libertad y la contingencia es movimiento para constituirse y sostenerse: organismo de movimiento interior formado por la línea que no es ni puede ser nunca recta física, biológicamente. O de otra manera: el universo es la realidad inacabable de la infinitud de sujetos vivientes en infinitud de grado de vividuría conectables entre sí. Sujetos en independencia individual que se auto-realizan como figuras orgánicas u organismos siendo auto-causas y causas ajenas en crecimiento y transformación perpetua. Con paciencia multimillonaria, eterna de hecho si pensamos al ente de posibilidad y existencia en continuidad, para que el ente o ser contingente se sienta a sí mismo y se haga a sí mismo lo más posible, es decir se vaya haciendo y sustentando como sustancia, con infinita paciencia cósmica, que será necesaria para la vida de libertad en sueños y en toda clase de vigilias que por lo visto es la vida. El Universo, así, es esta infinita variedad en sucesión permanente de sujetos en destinación cuyos déficits, defectos y, en fin, faltas son a un tiempo clamor de sus carencias esenciales e invocaciones al Acto puro. Leibniz dirá que dentro del Acto puro del Ser y la vida brota y acontece y persiste el Universo.
El ser por lo visto es repetitivo y expansivo. La realidad se mueve y se mueve con un arco que empieza en sí y por sí, se va elevando luego en su especificad e individualidad y acaba por caer o dejarse caer en una cierta estabilidad de especie y relato. Es decir, el ser no se abandona ni aparta de sus orígenes. Es narrativo y narrable. Le interesa vitalmente conocerse y reconocerse. Está en su principio y en su finalidad. He ahí la extrañeza vital de que a lo divino pudiera no interesarle lo humano. Por este camino se va de la que dicen creación a la encarnación o presenciación de lo divino en lo humano. Esta participación de seres vivientes contingentes en la existencia es el asombro de quien se lo piensa de noche ante el cielo infinito, como dijeron Heráclito desde su asombro (Dios es el Uno) y el hebreo que describió a un Dios que jugaba a poner a prueba en un jardín al hombre y a la mujer. Aquí estamos desde luego, ¿por qué y para qué?
El Universo empieza en el Acto Puro, dentro del Acto puro mismo donde los posibles se apretujan en turno para ver quién pasa de posible a existente de amor a la vida. Ese tránsito que no cabe en ninguna metáfora es la fuente de los seres con conciencia y libertad en destino y aventura que, luego, no puede menos de atraer al Dios que se arquea y acomba (como bien vio y describió Max Scheler en El sitio del hombre en el cosmos cuando se propuso ayudar a sus alemanes de momento descolocados por su derrota primera en el siglo XX). Ese arquearse se da en todo movimiento cósmico porque el moverse del ente es su encogimiento para formarse en organismo y moverse ahora como unidad en el conjunto de unidades, no puede ser en perfecta línea recta. Salir en cierto modo del Acto Puro en el que palpitamos como posibles es exponerse a aventuras y desventuras innumerables pero por lo visto ni el mismo Ser en el que nos movemos y somos (como formuló un poeta no bíblico) resistió al tentador panorama de ponernos en circulación. Nos hemos quedado sin la visión de Espinosa sobre el paso del Ser a los seres, de la realidad o del ensueño del tal traspaso. Creo que lo recuerdo por tercera vez, de tanto que lo lamento. La visita del Logos al Universo quiere sin duda remediar tal atraso y desvío y afirmar la verdad de nuestra existencia ¿a veces? tan penosa. La probó y la aprobó.
Hemos dicho que la recta pura es unan fantasía imposible. Se nace para vivir y el sujeto del vivir ha de ser orgánico o disponer de esa caja de resonancia que es un cerebro con corazón o un corazón y sentir con conciencia. A ese sujeto podríamos llamar de momento cuerpálmico para escaparnos del dualismo cuerpo-alma como si el cuerpo no fuera alma o el alma no fuera corporal. El ser sustancial es fuerza: es la fuerza de la tesis leibniziana sobre la esencia y la sustancia del ente o contingencia. El ser o fuerza se limita o configura según la calidad del sujeto sustente, substante. Pero todo es fuerza pura delimitada de suyo o sea de su personalidad o conciencia única, y necesitada de moverse en múltiples modos de otredad, porque el espacio no es más que la distancia metafísica entre un yo y un tú, entre sujeto y sujeto.
El hecho es que, aunque no hubiera habido pecado original se hubiera producido la encarnación del Verbo. Es la tesis aflorada en Duns Escoto y aceptada por Suárez y demás teólogos no dominados por la tradición falsamente racionalizada por el concepto de deuda como situación fundamentalmente de culpabilidad injustificable (cfr. Carolus Boyer, De Verbo incarnato (ad usum auditorum) pp.41-59). La interpretación del pecado como una deuda es francamente primitiva e insuficiente. La tendencia del Principio espiritual a su reunión espiritual o sea mediante acción de su naturaleza superior con la criatura hija de la naturaleza espiritual del principio es mucho más que de reciprocidad de deuda. La afinidad metafísica, el Ser del ser y su sombra reclama unidad y mutuo entendimiento sin lo cual la vida de la libertad y de la conciencia no es vida. Una operación de cancelar deudas de honor o amor, además de antiestética es de una reciprocidad de mercader.
La insistente manía y fijación en la propia y personal justificación que caracteriza a Pablo de Tarso y justificación que no necesita el Padre que nunca renunció ni en hipótesis alguna al Hijo, queda cubierta y zanjada en la fraternidad que es lo más que puede dar en la creación la criatura, en el Universo lo contingente. La objeción estética a la monomanía de la justificación la he leído solamente en Stauffer que es el único, creo, que en el siglo XX no se le ha rendido a Karl Barth. Cierto que el exceso de confianza es la falsedad casi pura, pero la fraternidad es el documento del verdadero deudor. Y tampoco pagamos la deuda de la fraternidad con el joánico amor al prójimo que es el mejor y mayor autocentramiento de que el hombre es capaz. El principio del orden cósmico y cordial e íntimo es la esperanza que regula la falta de justicia y atención del uno al otro y al todo, es la actitud rendida y solícita, segura en ella, del deudor que tiene en su mismo sentimiento de deuda la justificación del don recibido de la existencia. Somos hijos y hermanos; es nuestro ser. Nos acercamos al Padre para hablar de nosotros como el obispo Agustín de Hipona o, mucho mejor, para interceder como hijos por los hermanos. Si serenamente nos atendemos al corazón será visto todo mucho mejor, que lo tenemos eternamente atado por nacimiento; fijaos y veréis como el Padre no falla, no puede fallar.
II
El Galileo en la historia
La presenciación del Principio mismo originante del Universo en la historia y la vida, que enseña la religión cristiana y soporta la filosofía occidental es la audacia metafísica mayor imaginable. Ninguna de las grandes religiones y metafísicas de la historia se ha atrevido a tanto. Cuando los Vedas y las diferentes formas de Budismo advirtieron la inmensa dificultad del ente existente en la esfera de la conciencia y la libertad (que abre ante la conciencia el campo infinito de posibilidades y equivocaciones de ruta) optaron sabiamente por el repliegue sobre sí mismos, por la negación del espacio y la alteridad, por la des-creación en la medida de lo posible, por parar y detener al mundo, por inmovilizarlo y cruzarse budistamente de brazos y piernas, pero sin rencor: con serenidad y hasta con sonrisa ante el mundo que el hombre nota y siente sustancial. Mas, la ontología helena en forma de nueva dinámica nos enseñará un día que el ente es fuerza limitada donde la limitación es positiva (Leibniz), ser sustancial y constitutivamente fuerza expansiva e intensiva, de suerte que el programa y la ley cósmica no podrá ser pararlo, como dijeron a su modo las civilizaciones de características orientales.
Las tres etapas o modos del estoicismo se arrugaron igualmente en la indiferencia o en la inacción. De la etapa metafísica aristotélica que abría el pensamiento al fenómeno de la alteridad/espacio/movimiento acción, sospecharon francamente prefiriendo con mucho la paciencia (o capacidad de vivir padeciendo), concediéndole al hombre la capacidad de abstención, de refugio ante los caminos que se le abrían y ofrecían espontáneamente a la vida necesitada en el fondo de todo y sospechosamente deseosa de todo. Esta retirada del espíritu tan visible en la pasividad del retiro budista, monacal, esencial…no se la ha tirado de encima el hombre, más confiado en la suerte y la lotería milagrosa que en su acción creadora y rectora responsable ante la conciencia que nunca le falta. De ahí su querencia a llenar el espacio vacío de las posibilidades que la fantasía le ofrece muy a su pesar, con mitologías y paseos por el paraíso gozando de lo hecho y dado, apostatando de la realidad humana necesaria por más que prometa el hombre abstenerse de comer y dormir, de inventar y fabricar, de engendrar hombres y horizontes…propasándose incluso y olvidando que él, el hombre, no es el principio absoluto ni deja de necesitar reconocer su dependencia para cualquier cosa de cualquier cosa…
Y así cuando se cumplió la promesa implícita en la dirección y el ritmo de la vida --el Universo lleva la dirección a la vida y la lleva con un ritmo ontológico e histórico en todas las formas de movimiento (cfr. Obdulio Fernández, El ritmo en la naturaleza, 1962)--, se dio la intervención de Dios en la historia pero en la forma del ‘uomo qualunque’ , de uno más, de uno que disfrutaba estando con los hijos de los hombres, del necesitado de comer y beber, de compañía… Y deslumbrados por fenómenos que llamaron resurrección y apariciones que resultan milagrosas en una cosmología ciega y estática pero no en la dinámica leibniziana del ser, los seguidores y amigos tomaron al galileo callejero y superhumano comprensiblemente como excepcional y se empeñaron en verlo glorificado ya aquí en la historia llegando a fundirlo con el emperador y a representarse a su iglesia como emperatriz. ¡Qué arreglo! Vieron ya al galileo retrospectivamente resucitado como un sujeto revestido de ornamentos, paramentos, coronas, extraído en fin del común de los mortales del común…hasta el punto de no poder más con el hombre nuestro de cada día… y de empeñarse en disfrazar a sus seguidores. Ahora habría que creer pues más que nada en el poder disfrazado…¡hasta se escribió que así se engañaría mejor al enemigo número uno!
Y después de un formidable esfuerzo científico sobre las más bien modestos documentos que hablan del joven de la Galilea pagana, se llegó al resultado de que es imposible filológica e históricamente llegar a lo que fue el Jesús perturbado--como es lógico que se perturbe el verdadero hombre nacido de mujer--: imposible. No sólo la resurrección y las dichas apariciones serían y son históricamente en sí mismas inaccesibles; lo sería claramente todo, desde Belén y el nacimiento con reyes magos y coros de ángeles hasta la milagrería de resurrecciones…La fe y el entusiasmo de los testigos nos separaría de la mera realidad histórica de varias maneras. Es contra este punto de vista globalmente representado por la autoridad austera y exhaustiva de Bultmann contra lo que se levanta el pobre y académicamente periférico Stauffer. Yo, hoy, no acepto ninguna conversación que lleve tiempo con un teólogo que no haya leído y meditado la trilogía con que Ethelbert Stauffer se enfrenta al tema de la vida histórica y sus modos del galileo Jesús de Nazaret, sobre todo si no ha invertido su tiempo en la meditación reposada de las fuentes que dicen secundarias y que en su composición y mezcla evocan y pintan el clima social concreto y cotidiano con que se tenía que vivir en esa región sirio-fenicia cruzada por los caminos, ya seculares, que iban desde el occidente profundo hasta la linde del Indo pasando por la Mesopotamia de los primeros imperios y por la región que Spengler llamará ya arábiga o árabe con su carga iránica y persa de mitologías para la vida. Stauffer se atreve hasta con el rostro de Jesús en su trilogía, en colección de bolsillo también, pero con plenitud de fuentes indicadas por lo menos. Las tengo a mano desde que se publican en 1957, y no son eludidas filológicamente tampoco por los grandes maestros del NT incluido Bultmann. Recientemente, la paleoantropología con los métodos que la química está aportando ha reconstruido científicamente el rostro de una joven cuyo ADN y dientes ha aparecido en la isla de Java…¿Adónde llegaremos un día científicamente, es decir por análisis de la llamada materia en la lectura del pasado millonario del hombre? Pero hay ya métodos que permiten acceso en la historia como es palpablemente evidente a algunos sujetos de la historia humana con nombre y apellidos. Al Jesús de la Galilea semipagana y abierta directamente a Oriente y Occidente y comunicada regularmente con sus extremos, es posible verlo ya hoy pero hay que ampliar la visión a todos los factores que se hacen valer en lo cotidiano y común como el aire que se respira y las lluvias y tempestades que se producen junto con la mezcla de las tradiciones jurídicas, religiosas y de la vida más cotidiana y recibida. La historia del siglo I y II en sus pliegues cotidianos está por ver y palpar de tanto que se puede llegar a saber y falta por descubrir. Hay una tradición viva social y vital que aprenderemos a ver y de la que la novela y el cine han abierto puertas.
III
El tema básico y propio del galileo Jesús -- además de la exclusividad de la denominación Hijo del hombre: esa forma intensiva de humanidad con que se aludía y presentaba a sí mismo – es el de la paternidad total de Dios, y su personal teología del Padre nuestro.
La búsqueda de la ipsissima verba Jesu nos lleva al texto del Padre Nuestro en Lucas y Marcos. La cristología paulina de la justificación por la fe así como la cristología apocalíptica de la Escuela joánica son de predominante vigencia en las cristiandades occidental y oriental respectivamente y han dado de sí cierto tipo de configuraciones comunitarias eclesiásticas. Y son apostólicas, háganse las precisiones que se quiera, es decir parten de la palabra y presencia del galileo pero recibidas y vistas a su manera e ingenio según necesidades y gustos por terceros, y, así, cristianas. Mas la cristología o doctrina del Jesús histórico mismo es la del Padre Nuestro y nos la encontramos ya en el último repliegue de las fuentes: es el aliento de Jesús mismo. Un día se verá el gesto orante de sus manos que el talento del hombre reproducirá sin duda y cuyos rasgos están hoy en manos del talento de los artistas. La emoción del resucitado borró de momento rasgos y detalles y su ausencia tuvo como aliados no ya al ebionitismo y otras gnosis anticorporales sino al fervor discipular y a los fervientes deseos de la cercana segunda venida y su revelación.
Seguramente esa oración filial divino-humana del Padre nuestro la dijo y pronunció Jesús en el griego corriente y popular del helenismo. Era ya, hacía siglos, la koiné o lengua común en ese espacio plural y mezclado de culturas que va desde el mar fenicio y pasando por la comarca galilea del mar de Genesaret hasta la tierra de los imperios o Mesopotamia, y aún más allá, hasta el confín del Indo. Al galileo, que era judío pero no judeo, y judío en su camino y tono propios que no eran ni el del sanedrín ni el de la Tora sino de tono y maneras desgarradamente críticos y libres y no oficiales, no le molestaba el griego que, más de cuatro veces, le diera de comer en casa de su padre el avispado carpintero José que compraba materiales para la carpintería en la comarca de Tiro, frecuentada luego y no a disgusto por su hijo. Entre sus discípulos los había con nombre profano de origen pagano: amante de los caballos (Felipe) y varón valiente (Andrés). Pero lejos de cambiarles el nombre y volver al nombre judío, al arameo, se lo cambiaba a Kefas, al jefe de la pandilla de sus seguidores, latinizándolo: Petrus. Conducta que no podía gustar en modo alguno al judaísmo puro que dominaba en el templo y en la lonja oficiales, nacional e internacionalmente, pero al que la gente estaba acostumbrada.
La letra del Padre nuestro no tiene nada de específicamente judío. Podía escucharla y pronunciarla igual una mujer de la ciudad portuaria de Tyro o Turís que otra del desierto trasero al lago de Genesaret o Tiberíades, también latinizado. La letra del Padre nuestro es el aliento literal del mismo Jesús dirigiéndose simplemente con nosotros a su Padre y nuestro Padre. Fuera de toda polémica, y dirigiéndose a Dios según tradición.
La encarnación es ontológicamente tan realmente humanación y une al Verbo de Dios con el destino humano tan estrechamente, que Jesús invoca a su Padre para sí mismo y para nosotros, todos a una. Toda suposición de realidad de rasgos y modos de humanidad del que ora a Dios como Padre, es poca: hay que dirigirse a Dios con esa palabra que vincula e intimiza a Dios con nosotros: con Jesús su hijo natural. Esta archireal humanación de Dios y su consiguiente operatividad y vida verdaderamente humana es el paso adelante que esperaba la metafísica culminante del helenismo: el Principio se presentaba ahora en el principiado mismo. El Universo queda así recolocado con tan común invocación. Esta oculta esperanza de la metafísica aristotélica (que la forma perfecta se individua en individuos perfectibles en el tiempo y el espacio terrestres de nuestro aquí y ahora, en este mundo de la creación) es la culminación de la filosofía en su intento de entender el universo de la vida, de la nuestra: el Creador se ha hecho criatura, tan real es la otredad del universo. Así que tal petición (muéstranos al Padre que eso lo cumple todo: El Padre, y ¡ya está!) nos libera del polvo y paja de ritos y exégesis y toda la pompa de rito y letra. Tu religión y piedad es nueva: Yavé es el Padre nuestro. ¡Acabáramos! Un corazón del universo este, desde esta Tierra, le dice Padre al Principio creador del mundo. Hasta ese punto queda involucrado el Padre y principio del Universo con este mundo y sus leyes de vida en movimiento y circulación, en pasión y tragedia. Terrestres como somos estamos en el camino de Dios. El admirado Uno que se adivina heraclitianamente en la multitud de estrellas de los cielos se puede vivir desde aquí. No estamos abandonados en el firmamento incalculable. Se ha presentado el Creador mismo y ha hecho estación aquí. Aquí, con nosotros.
La trascendental y automática consecuencia es que Padre es el título y nombre que nos hace radicalmente hermanos: venimos a la vida como hermanos. “Cristo, nuestro hermano” es el título que a su cristología dio un teólogo de Tubinga a mediados del siglo XX, Karl Adam. Y en virtud de ese nuestro Padre común, comete el galileo el atrevimiento de comprometer al Origen y principio del universo con el avatar de cada uno de nosotros y, desde un corazón como el nuestro, invocar a Dios como fundamento de nuestra fraternidad. No es padre mío; es padre nuestro. Estamos llamados y comprometidos a que se sienta esa confraternidad. Porque se la puede sentir sólo con fijarse en el rostro más o menos consciente del ser humano en las formas de esta vida. La literatura busca enseñarnos a ver lo humano que alberga la mirada de todo viviente. No queda nadie fuera. Quien no se sienta hermano no podrá rezar el Padre nuestro. No habrá sentido el dolor y aventura de la vida en este mundo del universo, no la habrá sentido fraternalmente. No tiene pues padre. Se aleja de la religión del Padre nuestro: que no se engañe poniéndose ropajes y vestiduras de forma exótica y supuestamente gloriosa y celestial, sacerdotal o imperial con nombramiento y todo. No es hijo de Dios si no es hermano del hombre. ¡Cómo vio esto con claridad el autor de Natán el sabio, ese alemán marginado por la trompetería de una ortodoxia biblicista, el modesto y sobrio Lessing! Padre nuestro es nuestra profesión de fe.
De esta suerte, la lectura de las que dicen fuentes de la vida de Jesús (los evangelios y no sólo los sinópticos) han de ser leídos e interpretados desvistiéndolos de toda la hojarasca de maravillas inocentemente interpretativas y glorificantes con que despojaron de su mera terrenalidad la fe de los redactores de los mismos y la menos atenida al realismo de los autores espontáneos de los papeles primeros que recogieron el anecdotario primero. Para ello hace falta un grande y minucioso conocimiento de los factores civilizacionales, costumbristas y ordinarios del clima aquel de los subambientes de las comarcas de la Galilea y la Judea Y ese tejido de palabras, obras y usos de aquel territorio ha de ser reconstruido sin prejuicios empezando por las limitaciones más teóricas como los conceptos de cosa o sustancia y los prejuicios y limitaciones y maneras de aquellas mentalidades, la popular y la culta con sus respectivas limitaciones. Esta lectura es la que, con un valor admirable y un despojo de prejuicios sin tasa, practica Ethelbert Stauffer en sus tres irrenunciables trabajos Jerusalén y Roma, Jesús-figura (Gestalt) e historia, El mensaje de Jesús ayer y hoy; irrenunciables por la más exigente crítica filológica y el más agudo prejuicio metafísico. En castellano se tradujo sólo Cristo y los césares (Escelicer S.A. 1956) por Marina de Fuentes. Irrenunciables, insisto, por la carga crítica con que se presentan en Observaciones y Excursos a los que no se presta la atención crítica que es de esperar de científicos objetivos incluso eclesiásticos y convencionalmente píos. Por supuesto, sin ignorar lo que da de sí el nuevo concepto de sustancia de la Nueva Dinámica de Leibniz y el respeto de Lessing ante novedades inesperadas. Lessing abrió las puertas y ventanas a la modernidad crítico-filológica del NT con una libertad respetuosa que en ninguna Iglesia cristiana (eclesiástica) –valga, valga la redundancia—ha encontrado parigual. Cfr. , si no, Lessing, Estudios filosóficos y teológicos,1982 segunda edición, pp.443-556, añadiendo el concepto de Nueva Dinámica con que puede con concebirse las desigualdades del Universo según el conjunto de leyes físicas que en cada lugar del Universo pueden llegar a construirse como lugar en que aparezcan y reaparezcan formas de vida en conciencia y libertad (Lebniz. Methodus Vitae, I-III, año 2015 segunda edición vol.I, pp.140-157) y aplicando el nuevo concepto de sustancia al aristotélico de sustancia y accidente o materia y forma a los hechos terrestre-históricos en que la teología convencional ha fundamentado la verdad de la religión cristiana. Lessing, cuya filosofía quiso calificar de “clavicordio” un volteriano de provincias de oficio y beneficio además contratados.
Y sabemos y queremos que se vea ya y hoy en la sociedad familiar y vecinal, nacional y universal ese hecho de la fraternidad y sus tonos, que sea visible y palpable. No ya en la sociedad civil y mediante el derecho común ¡que está costando siglos y diabluras y desventuras incorporarlo a la ley general!, sino que se vea cotidiana y ubicuamente, más allá de toda ley que decrete o formule el hombre, como el nuevo hábito de humanidad: que nos ha calado ya porque hemos aprendido a vivir como sujetos del mismo clan o familia del Padre, desterrando ya por formación escolar infantil y por comprensión de la historia universal la distancia que significa la negación de la afinidad ontológica suprema. Un día será factor fundamental de cualquier agrupación política o ciudad física o comunal. ¡Cuánto retraso lleva la racionalidad política del género humano de la historia y de la actualidad! No rezan de veras el Padre Nuestro; no se lo oyen rezar ellos mismos, no lo sienten, no lo saben. Lo recitan litúrgicamente pero no lo viven en costumbre incorporada al instinto profundo y natural. Ahí y nada más que ahí estamos. Porque la visibilidad de la fraternidad se ha de hacer actitud habitual, única verdadera en cualquier hora y situación. Y consiste en la actitud de ayuda personal. En María Zambrano. El Dios de su alma he intentado decir algo sobre esto. Y esa es la visibilidad del discipulado y la fraternidad de los seguidores del galileo, supiéranlo o no. Y quienes se uniformaban imitando gorros y capas de los imperios mesopotámicos y egipcios para seguirlo disfrazados y se asignaban la condición consiguiente, no eran fuerza de fraternidad, fuerza de presenciación del Hijo en el mundo, fuerza del Padre. Al revés, alejaban al galileo falsamente del ras de Tierra adonde quiso venir.
Vino a enseñarnos a dirigir la mirada y la atención hacia todo hombre hermano, a fijarnos, espontáneamente ya, naturalmente, en la frente del hermano, aun encontrándonos con él solo de paso. Y no se trata de ninguna tonalidad mística sino de advertencia de la situación metafísica y social del hermano cuanto más pasajero y ocasional más hermano. Es un destino y un camino cada hombre, desde niño hasta anciano. Está solo en su soledad metafísica personal con una capacidad ilimitada de ayudar y de necesitar ayuda, los dos aspectos esenciales a la contingencia.
Fraternidad o modo de humanidad revolucionaria invocada y deformada en ciertos momentos de la modernidad como un fraternalismo de ‘limosna’, de versión pía y simbólica. Cuando al galileo lo tiraron de su casa, de su familia y aldea, se quedó sin donde irse a dormir. Y lo tiraron, los familiares, de casa y aldea porque estaba y actuaba fuera de sí, decían (éxesti). ¡Mira que tirarlo de casa por hablar claro de la fraternidad humana y comportarse como un hermano no tonto!
La visibilidad de la fraternidad –después de llevarla y de ejecutarla reglamentariamente en la ley y conducta social o política—se da y ha de ser lo natural y obvio en el trato personal, ocasional o perpetuo, cotidiano o circunstancial y único. En el trato que le hace sentir al otro nuestro sentimiento inconfundible e irreductible por la mirada, el tono, el modo en cualquier ocasión o momento de la vida.
¡Esa visibilidad de las tan torpemente llamadas obras de misericordia!: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, consolar al triste, visitar al enfermo, considerar al encarcelado… Las ceremonias y los rito han ocultado durante siglos la realidad del pan nuestro de cada día…Hemos sido artistas de las fronteras y falsificadores de la identidad. Menos que hermanastros. Hemos hecho del Padre nuestro un recitado sacramentario o simbólico tranquilamente ajeno a lo que llama la teología “res”. La fraternidad nuestra de cada día no puede ser sustituida por el orden civil general y su ley, sino que se concreta solamente en la vida con toda la insustituible personalidad característica del individuo que está en la humanidad de la fraternidad. Del pan nuestro o sea del trabajo de cada día es inseparable. Vivir es siempre un trabajo a gusto en todos sus aspectos. Y así somos todos, y siempre, hijos insustituibles e in-ignorables del Padre absolutamente trascendente porque en verdad nos hace hijos en libertad, en otredad, en la compañía de su Hijo el galileo que nos espera siempre no en el templo sino en la mezclada e internacional Galilea y sus afines en este mundo de la conciencia y la advertencia irregulares y sueltas dramática y deportivamente, civil e individualmente. El Padre mismo nos necesita a cada uno como hermanos para poder llegar convenientemente a todos en este universo de la múltiple y vario, con su existencia única e irrepetible cada cual, en esa tremenda soledad del individuo salido del seno del Acto puro o seno materno.
Padre celestial que estás tan lejos y fuera como cerca y dentro, para quien no pasan las estaciones de la historia de la vida no ya en la variedad de la fraternidad sino en la sucesión de las estaciones de la historia, donde unos llegan antes y otros van cincuenta mil años en muchas cosas detrás, atrasados por los más atrasados aún que no entienden ni atienden los ritmos de la historia, esa “sinrazón vital”. Que esta es la razón de que no ya la polémica sino el mismo diálogo no valen como pasos del camino. La disputa entre posiciones de las que una ha llegado o pasado y otra ni en sueños ha sido previsto que se pueda llegar a pasar, es sólo lugar de choque y mala inteligencia. Se habla desde posición a posición, se describe la posición propia como alto en el camino, pero no se le exige rendición al coloquiante que desde su experiencia puede verdaderamente conversar.
El ser de fraternidad hará que el que manda no deje fuera por nada del mundo al que está el último en la cola o incluso falta por propio olvido. Enseguida nota el más toscamente hermano que falta un hermano suyo en la cola o en el reparto. No se ven sabe Dios desde cuándo pero no se pierden de vista aunque sus caminos hayan sido tan diversos como siempre son y resultan, o hayan escogido y sufrido las más inesperadas variables. No se pueden olvidar pase lo que pase y aunque duren las ausencias toda una vida. Nacen hermanos por la fuerza del Padre.
El cambio que esperamos y buscamos y desesperadamente deseamos se ha de ir haciendo cada día con acciones ya inesperadamente habituales y espontáneas que acabarán trasformando la vida entera y sus usos por convicción ya heredada en la humanidad del Padre nuestro. Y un día notaremos que hemos cambiado, todos. Es lo que quiere decir “espiritualmente”: el cambio se ha producido; nadie sabe como ha sido.
Ningún padre terreno puede ejercer efectivamente toda la paternidad que necesita cualquier niño de cualquier civilización. La fraternidad verdadera nos hace padres sustitutos de cualquier niño en cualquier situación. De todos los niños del mundo somos corporativa y cordialmente padres. Hay que sentirlo, es fácil.
Así y no de otro modo vendrá a nos el tu reino y se cumplirá su voluntad aquí como en el que llamamos cielo de las estrellas, acabando por reinar el trato entre los humanos en todas las circunstancias. No en la organización social de la limosna ni de las pensiones –esa batalla-- sino en la cordialidad con que nos haremos cargo del destino del hermano poniendo en el instante del roce toda la cordialidad inteligente que cabe en cada momento y circunstancia de la vida e historia con la naturalidad de la obviedad. Lo demás se dará por añadidura porque la naturalidad de todo contacto humano estará lleno del espíritu y estilo que, no tan raramente, se ve ya por ahí y suele calificarse de educación o de bondad.
Somos compañeros de camino, acompañados y acompañantes. No perderemos el sentido del universo como lugar común. Un día el sentido tribal será planetario y constelacional acostumbrados a la variedad de civilizaciones como a las temperaturas del clima.
El Universo y su aparición, repitámoslo, se da solamente en el seno, dentro del Acto puro, y de ahí mismo surge el infinitamente fundado derecho y hecho de la fraternidad. Somos hermanos y somos en cuanto hermanos. Es una idea y un sentimiento que no cansará un día de tan evidente que resultará. Si no se alcanza en el camino de la historia será un tremendo fracaso la creación o aparición del universo de la vida o de las vidas –porque vete a saber si la vida ha llegado a la conciencia y libertad sólo en este rincón que está a más de veintiocho mil millones de años luz de algunos otros lugares posibles adonde el Homo scientiphicus ha enviado ya recados, avisos y saludos que tardarán tres o más años luz en recibirse si hay quien lo reciba allá.
La forma humana es un clamor que nace llorando para sonreír enseguida que unas manos la recojan. No hay nada por encima de la misma ni derecho alguno exclusivo de la misma. La civilización no consiste en ninguna identidad que olvide la fraternidad. El Padre nuestro se reza desde cualquier lugar del cosmos para establecerse en cualquier lugar del cosmos. La identidad humana es una realidad que no puede ser desconocida por ninguna particularidad. Caminamos hacia la unidad cotidianamente evidente de la fraternidad. La técnica que nos ha acercado irremisiblemente para vernos y escucharnos al momento, reclamará su derecho a que la humanidad se escuche fraternalmente. Toda forma de nacionalismo en cuanto exclusivismo va contra el Padre Nuestro y contra la sensación mental de la fraternidad que mana de la naturaleza del universo en la vida.
Hay civilizaciones que saben por tradición incontable que la vida en realidad es gradual, es la de un ser de transformación gradual. Y no tiene otra manera de ser. La misma técnica inevitable en sus ocurrencias ampliadoras de la esfera de la vida, se le impone. Unos están por llegar cuando otros ni han olido el camino. Son contemporáneos en el misterio de la existencia y la vida pero desde horizontes distintos y aun diversos. Hay que salir a buscarlos a veces, hermanos, y devolverlos al lugar donde prosigue su camino. Y los hay aquí que no han oído siquiera el nombre de Jesús pero no van descaminados y no han de ser abordados para incorporárnoslos… ¡qué poco galilea es esa conducta!
La crueldad de negar asilo al hombre en cualquier circunstancia se pagará en la propia vida amargamente. Vamos, patentemente, al encuentro de civilizaciones, no al choque de diversidad de maneras de ser. No hay ya escuelas europeas sin chinitos ni negritos. Las identidades puras son la mentira mayor del reino de la creación. El otro reino irá llegando en la forma de los seres con mirada humana y piel y formatos graciosos; que el habitual es aburrido como enseñó la angelología hace milenios.
Desde esta teología del Padre nuestro no valen ya la polémica, la apologética ni la dialéctica. Ni el silogismo. Dímelo con gestos.
Esto es lo que se respiraba en la persona de Ramón Gascó. Este era su ángel. Este era su aliento. Se lo comía su bondad y su temor a ocupar más sitio que el necesario para el disfrute fraternal. Se sabía el cristianismo del Padre nuestro. Era su secreto. Me ha ayudado a entender y describir lo que llamaban en el siglo pasado (en otro momento de la crisis que le pidió al cristianismo seriedad) “la esencia del cristianismo". Humanidad, la del Cristo nuestro hermano. Así, da gusto. No te has equivocado; has hecho el camino con ritmo y con melodía. Se te comía la modestia. Y con inmenso sufrimiento; lo sé aunque lo ocultaste en tu sencillez. Dile al galileo que lo recordamos bien a gusto en el pan nuestro de cada día que nos da el Padre en forma de trabajo. En este punto tan poco simbólico y ritual, somos paulinos; quien no trabaja se aburre y sólo quien trabaja junta sus manos a las del Padre sosteniendo esta tragedia misteriosa, y gozosa a veces, de la vida. Esta tragedia que no va a resolver la tecnología técnicamente transformadora, a ciegas, de la vida común y que tiene la apariencia de mejorar la vida en este mundo. ¡Los políticos! Y no digo “amen” porque una característica del galileo era decir el amen doblado pero al comienzo de sus palabras: Amen amen légo hymin…Ayúdanos a decirlo contigo, Señor y Hermano, hermano mayor.
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Querría hacer un comentario .... pero mi batería de datos está bastante descargada con tanta acumulación y carga que tú nos presentas. Además os conozco muy poco tanto a tí como al compañero Ramón Gascó. Lo que sí te puedo comentar es que habría que aquilatar tus asertos y resumir los puntos principales a la mitad o a un tercio de los temas que apuntas. Como decían aquéllos: Inteligenti pauca.
ResponEliminaArsenio Rey