Cuatro bolsas de basura se apiñan en el suelo. Cuatro. Son demasiadas para el nicho abierto donde colocarán el ataúd. Ser el último en llegar comporta ese privilegio: que las cuatro bolsas ocupen el mínimo espacio entre el ataúd y la losa.
El ataúd llegará a la cita como el más fuerte y con todas las formalidades cumplidas.
Que la noticia se expanda por las ondas.
Que el nombre de la difunta salga impreso en los papeles.
Que en el tanatorio desinfecten lo que queda de una sombra.
Que los profesionales de la muerte maquillen un rostro terrible.
(-No es el rostro de Juana. ¡No puede ser!
-¡Funcionario| -Ausente, lee la prensa del día-. ¿Es ése el cadáver?
-Sala 2 -dice sin levantar la vista del periódico.
-¡No es ella!
De mala gana se levanta el funcionario de su escritorio. "Esa gente es un incordio", piensa, pero hace el favor de leer el nombre impreso en la cabecera del ataúd.
-Juana Roig Roselló -declama con acento aceptable de actor de reparto.
-No es ella -murmuramos todos, pero ya sólo entre dientes.
El funcionario sonríe con condescendencia y vuelve a sumergirse en el periódico).
La llamada del destino Ilustración de V Sinfonia de Beethoven. CASA MUSEO JOSÉ SEGRELLES (ALBAIDA-VALENCIA) |
Cuatro bolsas esperan ese ataúd.
También han vestido el cadáver con ropas adecuadas para esa ceremonia esclarecida.
Han puesto un rosario en sus manos.
-No es Juana.
-Sin embargo, su pelo es de Juana.
-Su nariz, no.
Un coche fúnebre conduce el ataúd a la iglesia.
Catro hombres sacan el pecho cuando entran el ataúd para que presida el funeral.
Los hombres se colocan en los bancos de la derecha.
Me siento en un banco de la derecha.
Las mujeres se sientan en bancos de la izquierda.
No me siento en un banco de la izquierda.
Llega el momento de la comunión.
Me coloco, el primero de la fila, entre los que abren la boca para recibir una esfera blanca.
Dos lágrimas resbalan por mis mejillas.
Cierro los ojos y cuando los abro es agua bendita lo que asperjan sobre el cadáver.
Y ya está.
Hay prisa: cuatro bolsas negras aguardan el ataúd.
Y, sin embargo, todavía hay que cumplir una formalidad.
-Señor Cura: extienda un recibo por el cobro de ese servicio.
-Acuda al despacho parroquial. De 6 a 8.
La gestión ha sido demasiado breve para contentar a una burocracia insatisfecha.
Un transporte familiar me conduce al cementerio. El premio: llegar antes que el coche mortuorio.
Ahí, frente al nicho abierto, distingo cuatro bolsas como las que empleo en casa para vaciar la basura.
Una sólo lleva etiqueta.
Las otras tres no. No sabremos quién es quién.
Y en eso llega el ataúd.
Los sepultureros introducen con fuerza el ataúd hasta el tope final.Hay que conseguir que también quepan las cuatro bolsas.
Primero la bolsa con datos. "María Roig Roselló", pone la etiqueta.
Las otras tres pueden ser de mi padre (con los restos de la primogénita de dieciocho meses a sus pies), de mi madre o de mi hermano.
Finalmente, como el nicho no da para más, los apilan sin demasiado miramiento.
Ahí yace una familia unida.
Los sepultureros cierran con una losa la boca del agujero. Se aplican tanto que bien merecerán una propina.
Un sepulturero remata su trabajo con unas iniciales.
J. R. R.
Y una fecha: la del enterramiento.
10 -02 -2015
No es enterramiento.
No es en tierra donde ponen la simiente. En una pared es donde meten el féretro.
Emparedado queda.
¿Qué Trompeta removerá esa losa?
Una ráfaga de aire frío me convierte en hojarasca inútil.
Y mientras me apresuro por los estrechos pasillos del cementerio en busca de la salida me viene a la memoria la Estadística de una iluminada Poeta:
"De cada cien personas,
las buenas siempre,
porque no pueden ser de otra forma:
cuatro, o quizá cinco.
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro.
las que en la vida no quieren más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme.
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano.
las dignas de compasión:
noventa y nueve.
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio".
Antonio
Roig Roselló
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