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dissabte, 17 de març del 2012

“El evangelio es profano” (Ovidio Fuentes)

          “El evangelio es profano”
    Autor: Carlos Escudero Freire
             (Ed. El Almendro)

Si el título de este libro El Evangelio es profano me parece sugerente,  el libro en su conjunto resulta impactante. El autor hace ver el alcance del libro desde la dedicatoria: “Al Papa y a la Jerarquía eclesiástica, para que, a imitación de Pedro, inicien el lento proceso de dejar el judaísmo y convertirse al Evangelio”. Es decir, el judaísmo se ha desarrollado en estructuras de carácter sagrado, y aferrado a la Ley mosaica como a su baluarte. Los mismos apóstoles, con Pedro a la cabeza, no acababan de despegar de la Ley y de lo sagrado; el cristianismo, por el contrario, se desarrolla fuera de estructuras sagradas, en contacto con la gente, con sus problemas y vicisitudes, es decir, en el ámbito de lo profano. Y el Espíritu, no la Ley, es su motor y su fuerza.  Al afirmar que el Evangelio es profano, el autor está afirmando que Jesús, su actividad y mensaje pertenecen al ámbito de lo profano, no de lo sagrado. Por eso la Jerarquía eclesiástica tendría que irse despojando de todo el ropaje sagrado que desvirtúa lo esencial del Evangelio  desde hace siglos, y convertirse al Jesús histórico que desarrolla su actividad y mensaje en el ámbito de lo profano.

El autor, desde el Evangelio de la Infancia de Lucas (I-II), establece una comparación dialéctica entre el Evangelio y el Antiguo Testamento, haciendo ver que Jesús se presenta no sólo como novedad radical, sino también con un estilo de vida profano, avalado por su actividad y enseñanza, que nada tiene que ver con la enseñanza y actividad sagradas, llevadas a cabo en el Antiguo Testamento.

     Dios Padre ha querido que su reinado se manifestara en lo profano, es decir, en la vida normal de la gente, a la que Jesús enseña y con la que realiza su actividad. Lucas, con una frase lapidaria así lo manifiesta:
      “La ley y los profetas llegaron hasta Juan; a partir de ahí se realiza el reinado de Dios” (Lucas 16,16). El cuarto evangelista expresa lo mismo de distinta manera:

La Ley se dio por Moisés; el amor leal en Jesús, el Mesías” (Juan 1,17). Es decir, la Ley, que es sagrada, y la mediación de Moisés, que también es sagrada, llegan hasta Juan Bautista y pertenecen al Antiguo Testamento; la lealtad en el  amor, que es propia de Dios Padre, ahora se da también en Jesús. Son dos mundos distintos, y el Padre manifiesta en Jesús  la trascendencia, la benevolencia y la gratuidad de todo lo que proviene de Él.
 
El autor, experto en Ciencias Bíblicas, nos presenta, en contraposición, aspectos importantes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Mientras en el Antiguo lo sagrado lo invade todo, porque se trata de una religión más, en el Nuevo no se da rastro alguno de lo sagrado, porque el cristianismo no es una religión entre otras muchas, sino un estilo de vida nuevo que corresponde a los valores del reinado de Dios. Además, Jesús nos hace ver, de diversas maneras y con claridad, que lo sagrado divide, margina, somete y nos da una falsa idea de Dios. En efecto, el Dios de Israel y su comportamiento con los marginados y oprimidos  como los leprosos, los recaudadores y las prostitutas, no es sino  una caricatura del Dios-Padre que nos da a conocer Jesús. El Dios de Jesús tampoco tiene nada que ver con el dios encerrado en las fronteras de Israel, ya que  es Padre de toda la humanidad. Es más, el Dios de Jesús tiene predilección por el desecho de la humanidad: pecadores públicos, samaritanos, recaudadores… De hecho, Jesús se sentía a gusto con esta gente, comía con ellos, y algunos de ellos llegaron a ser sus discípulos y discípulas.
 
Al leer el libro, resulta normal que el autor establezca una confrontación constante  entre el Evangelio, y la Jerarquía eclesiástica, que vive  aferrada al Antiguo Testamento, tanto por sus innumerables leyes – Código de Derecho Canónico (por nombrar la más relevante) -   como por el tema de lo sagrado, ausente del Evangelio. Como además, desde comienzos del siglo IV, en que Constantino le otorgó un gran poder e importantes privilegios a la Iglesia jerárquica, ésta vive asentada en un poder y dominio, que por ser sagrado, lo abarca todo. El autor afirma, con razón, que esta Jerarquía eclesiástica, no tiene capacidad para entender el Evangelio, porque Jesús rechazó todo ese poder, dominio y grandeza como su gran tentación, la que tuvo durante toda su vida pública (Lucas 3,1-17).

El libro, que pone en primer plano la vida del Jesús histórico, vista a través del prisma de la Resurrección, y que ilumina el quehacer de las primeras comunidades cristianas, está llamado hoy en día a hacer reflexionar a creyentes y no creyentes. Así podrán entender  mejor y, con la ayuda del Espíritu de Dios, aceptar el Evangelio.    

Ovidio Fuentes
 
(Publicado en la edición impresa del nº 50 de NIHIL OBSTAT)
 
  

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