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dijous, 28 de juny del 2018

LO DE SIEMPRE Y MÁS DE LO MISMO, Joseluis Porcar


Hoy, martes 26 de junio, he asistido a una reunión de miembros del colectivo o asociación de Europa Laica en su sector de Valencia. Y he oído esa obligada propuesta de la insensatez de una sociedad en la que todavía no es posible una libertad de pensamiento y ejercicio del mismo ante la jaula del talante, clima, entorno, privilegios, estructuras, acuerdos… religiosos que constituyen la atmósfera de este país, de esta tierra.

Lo que no es más que un resultado de los derechos elementales del ser humano, se enuncia como una conquista, una heroicidad, una tarea permanente de siembra ante las tradiciones y los hechos de todo tipo que se imponen lesionando la neutralidad de nuestra convivencia. No vale, no sirve utilizar la sensatez, la mirada serena para discriminar las opciones personales que pertenecen al ámbito privado y diferenciarlas o definirlas para que mantengan su respetable propuesta sin lesionar otras opciones, otras elecciones que configuran, todas, el variopinto mapa de cualquier grupo social, bien sea local o de la amplitud que sea. Y de ahí el colectivo de Europa Laica que airea, que expande, que remueve la floración de dicha sensatez.

Por eso y desde la sencilla mirada de sentir o gozar-penar la vida cuando me acerco al sistema de la religión católica que se manifiesta en los hechos, en los sentimientos, en los pensamientos, en los símbolos, en las imágenes, en las construcciones, en la doctrina, en… no acabaría nunca de constatar la infinita variedad y color de los hilos que la tejen y que configuran los trajes, las armaduras, las jaulas que visten, amurallan y atrapan a quienes nacemos en esta zona del planeta que llamamos occidente en las coordenadas que enmarcan la península ibérica.

El templo, he ahí uno de los datos que hace una década me impactó cuando en Castilla-León, en un pueblo de Palencia, escaso de habitantes y de viviendas sencillas entré a visitar la iglesia enorme o templo mayúsculo levantado en piedras, ancho de muros, amplio de espacios, con toda la ornamentación de imaginería, de altares, de policromía… Tuve una sensación que se ha incrustado en mi sensibilidad, no la abandono y se refuerza cada vez que accedo a un sitio similar dedicado al culto. Me siento aplastado. Me sobrecoge el poder que aprieta mis carnes. Me aturde el ruido magnífico a pesar del aparente silencio. No logro apartar o asimilar o transformar dicho impacto por la vía de la mirada hacia ese topos que se viene proponiendo desde antaño como arte, y por ende como gozosa vivencia.
 
El templo...signo de contradicción.

El templo es el signo, el receptáculo del “…indigno soy, confieso avergonzado, de recibir la Santa Comunión, mira mi Dios, mi nada y mi pecado…”. En primera persona ‘yo’, perteneciente a, miembro de la iglesia católica. Indicador de cualquiera. Un ser humano en la indignidad, en la vergüenza, cuyo referente es la nada y el pecado. La realidad, o la vida reside en la gracia sacramental que viene desde la sobrenaturaleza divina y se concede al ser humano pecador quien está desposeído, carente de la primera dignidad, la que deviene inherente a la vida, al ser. El templo se constituye pues en la atmósfera aniquiladora de la vida. Obviamente describo mi sentir vinculado a aquel impacto del templo palentino. Se trata de una línea roja, lo sé. Hay otros trazos que no saco a flote oscurecidos por este constructo que viene registrándose operativo hasta hoy.

Europa laica, y sin entrar en grupos que denuncian el enjaulamiento de la libertad y apoyan las opciones de respeto y sensatez hacia la dignidad de los seres humanos, manifiesta la antítesis del paradigma que he descrito con líneas gruesas y rojas. ¡Qué curioso! Se trata de un horizonte que es coincidente con el que desveló Jesús de Nazaret hace ya una temporada. Por estas fechas, a Sant Pere i Sant Pau, por al año 1969 me consagraron o me hicieron ‘el más anciano’ (en grado superlativo relativo). ¡Vaya tela¡ ¡Mare meua¡

Sin renegar de nada, pues mi camino es el que he recorrido, he de confesar con sencillez que el templo es un búnker sin ventanas, es decir, oscuro, letal, sin sentido ni vida posible.

En los martes como el de hoy, en todos los almuerzos, ahora en el Trinquet Pelai hay complicidad en exultar el gozo de vivir que compartimos en aquellos años de nuestra juventud de estudiantes y caminantes hacia las élites de la estructura eclesial cuyo territorio soberano era y es el templo. La complicidad se trenza en los retazos de humor, en las anécdotas de todo tipo, en las vivencias humanas… alrededor de la elemental dignidad de personas que animaba nuestro camino. La complicidad alimenta nuestra memoria y nuestro presente inmediato: almorzamos juntos la eu-buena jaristós-gracia a ras del bocata, ‘les olivetes’ regado con agua, cerveza, vino y el café caleidoscópico y palabras, risas, llantos y miradas. La sobrenaturaleza sobra. La energía de nuestra piel es el único templo de la vida.


Joseluis Porcar


1 comentari:

  1. Interessant relat personal que desmitifica els temples ben adornat amb el suport d'un estil literari apres en aquella academia que construia (i construix) temples. Clarificador! Gràcies Joseluis.

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