En clara sintonía con estos testimonios:
el tuyo Antonio y el de M. Légaut, me parece oportuno presentar el de Viktor
Frankl, en “El hombre en busca de sentido”, en el que, como psiquíatra y prisionero, narra su estremecedora
experiencia en el campo de concentración. Él que todo lo había perdido, que
sufrió hambre, frío y todo tipo de brutalidades, que tantas veces estuvo a punto
de ser ejecutado, pudo reconocer que, pese a todo, LA VIDA es digna de ser
vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles.
Por supuesto, que en todas sus reflexiones
siempre va más allá de la visión materialista, pues jamás olvida la dimensión
espiritual del hombre; pero también va más allá de una visión puramente
espiritualista, porque jamás olvida su condición de médico. Y todo ello, porque
se acerca a las entrañas de las experiencias humanas, explicándolas desde su origen
constitutivo: la unidad.
Con su logoterapia, método
psicoterapéutico creado por él, se centra precisamente en el sentido de la
existencia y en la búsqueda de ese sentido por parte del hombre, que asume su
RESPONSABILIDAD ante sí mismo, ante los demás y ante la vida. Sobre todo cuando
lo que se produce es lo que él llama “el vacío existencial” (p. 134) o la “neurosis colectiva”, tan frecuente en
nuestro tiempo, y de la que, frente al nihilismo, afirma: “Como profesor de dos
disciplinas, neurología y psiquiatría, soy plenamente consciente de que el
hombre está sujeto a las condiciones biológicas y sociales. Pero, además de
profesor en estos dos campos, soy superviviente de otros cuatro – de
concentración, se entiende -, y como tal quiero testimoniar el incalculable
poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que
pueda imaginar”.
En la actualidad, y en este mundo global,
por una parte, monopolizado por un neoliberalismo económico, totalitario y
depredador, pues “todo ha sido globalizado excepto nuestro consenso” (Cf.
George Monbiot) y, por otra, con la posmodernidad, una realidad fragmentada y
sin objetivos compartidos, debido a la ausencia
de los paradigmas unificadores de la modernidad, necesitamos con
urgencia una nueva espiritualidad “laica” (Corbin), “global” (Amelia
Valcárcel), “del S. XXI , más madura, que beba del pasado, pero que reclame sin
complejos su lugar en un mundo que se autolimita a lo material. La
espiritualidad consiste en estar receptivo a la existencia del espíritu y no
negarlo porque no se ve ni se toca…. La causa del miedo a la muerte es el
pensamiento occidental: su creencia en el ego, su marasmo verbal y la
incapacidad de aceptar que cada individuo es parte indisoluble del universo:
que todos somos uno. Cuando todo esto se ha experimentado y vivenciado, no
leído, es imposible tener miedo a la muerte porque el todo no muere nunca, sólo
se transforma….Los místicos son los que desarrollan la sensibilidad espiritual,
porque consiguen el contacto directo con
lo espiritual, sin necesitar a los sacerdotes”. ( L. Racionero).
Y todo esto, no perdiendo de vista los
avances científicos actuales sobre la autoconcienca, pues la nueva cosmología
ha introducido a la humanidad en una nueva época, en la que le ha llevado su
autoconciencia a una visión enteramente nueva del cosmos y de sí misma. “Tiempo
axial” que disfrutamos como primera generación.. “Esta nueva autoconciencia
sabe que no necesita alienarse a sí
misma fuera de la materia (buscando el espíritu), ni fuera de la tierra
(buscando el cielo). (Cf. Encuentro Internacional de Investigación del CETR de
Barcelona).
Juan Argudo
Copio: "La causa del miedo a la muerte es el pensamiento occidental: su creencia en el ego, su marasmo verbal y la incapacidad de aceptar que cada individuo es parte indisoluble del universo: que todos somos uno."
ResponEliminaPregunto: ¿Y qué es el ego?: la idea que nos hacemos de nosotros mismos, con la que nos identificamos. Pásmense Vds. Nos aferramos a creer que somos una idea. Y a partir de ahí sacamos consecuencias: en esa idea no entra lo que está fuera de mí, por lo tanto me enfrento a todo y a todos.
Pero si nos atenemos a vivenciar el instante que vivimos, nos sentimos estar unidos a todo y a todos los que están en el ser ahora. Ese es el secreto: aceptar ser con todos y todo lo que ahora es. (Libro: "el poder del ahora")
Los creyentes aceptamos además la presencia del espíritu (Dios) en esa unidad de ser. (San Pablo: es Cristo quien vive en mí)
Ovidio