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divendres, 2 de setembre del 2016

“…entender un poco de qué va esto llamado vida.”. Una amiga (A).

    
1.   Un marido (R), enfermo de cáncer, se dirige a su esposa (A).

“La muerte no es nada. No cuenta. Sólo me he ido a la habitación de al lado. Nada ha ocurrido. Todo sigue tal como estaba. Yo soy yo y tú eres tú. La vida que vivimos juntos, con tanto amor, permanece intacta, inmutable. Lo que fuimos el uno para el otro seguiremos siéndolo.
       Llámame con el nombre de siempre. Habla de mí con la naturalidad de siempre. No cambies de tono. No adoptes un aire solemne ni triste. Ríe como siempre reíamos de los chistes que nos gustaban a los dos. Juega, sonríe, piensa en mí. Reza por mí. Deja que mi nombre sea esa palabra amiga que siempre fue. Que sea pronunciado sin esfuerzo, sin que sobre él se proyecte una sombra.
       La vida significa lo mismo que siempre significó. Sigue siendo lo mismo que fue. Existe una continuidad absoluta e ininterrumpida. ¿Qué es la muerte sino un accidente insignificante? ¿Tengo que estar fuera de tu pensamiento porque esté fuera de tu vista? Sólo me he ido a esperarte, durante un intervalo a un lugar muy próximo, a la vuelta de la esquina. Todo está bien.”
(Any 2012)
Te quiero.

2.  Despidiendo a una hermana, también fallecida de cáncer.
(Texto adaptado de un artículo de Ángeles Caso)

Será porque tres de mis más queridas personas se han enfrentado inesperadamente en estos últimos años a enfermedades gravísimas. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida. 

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan. 

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser. 

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor, que aunque no esté físicamente lo llevo en el corazón, y la gloriosa compañía de mis amigos y mi familia. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila. 

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piense que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo. 

(Any 2016) 

Resultat d'imatges de entender un poco de qué va esto llamado vida



            

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